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Entre hexágonos amorosos, tragedias griegas y una nueva vista del cambio generacional existente en las relaciones de pareja, el director de 500 días con ella nos trae una película que empieza como una interesante propuesta alleniana y termina diluyéndose en simples historias de catarsis familiar propia de una telenovela: La amante de mi padre.

Nos encontramos nuevamente en Nueva York, una ciudad donde el tiempo avanza a la velocidad de la generación Millennial, y donde los recuerdos de calles inundadas de blues, arte y personas con historias interesantes por contar abundan en las memorias de aquellas generaciones que buscan adaptarse a la vida postmoderna.

Aquí nos encontramos a Thomas Webb (Callum Turner), un chico con un futuro incierto presionado por el éxito de su familia y con una relación de estira y afloja con la chica que ha perseguido durante mucho tiempo. Una vida normal de un joven neoyorkino sin algo interesante que contar, hasta que conoce a Johanna (Kate Beckinsale), cuyo amorío con su padre hará que su visión de lo que es funcional en una relación de pareja se distorsione completamente, creando un comportamiento atrevido en el mismo que nunca había podido experimentar.

Como en la mayoría de las películas que poseen a un personaje confundido y con un futuro amoroso que pende de un hilo, nos muestran al consejero (Jeff Bridges) que guiará a nuestro protagonista a través de una historia que va perdiendo brillo mientras avanza la misma.

Si bien podemos notar un inicio interesante con personajes que prometen entregarnos un drama con sustancia acompañado de la ironía que Marc Webb suele entregarnos en sus trabajos, la película va desprendiéndose de las capas ocultas que generó en la primera mitad de la misma, y demerita nuestra capacidad como espectador al armar el rompecabezas dramático de forma evidente, aburrida y por momentos incómodamente cursi.

El tratamiento de la sexualidad y su relevancia en la búsqueda de estabilidad emocional en una relación, por momentos nos recuerda a ciertos guiones de Woody Allen, pero con un corte mucho más light y sin tanta profundidad, acercándose un poco al enredo emocional que pudimos observar en Café Society (2016), sin llegar a la interesante interrelación de los personajes de dicho filme.

Webb nos demuestra una vez más su interés por las historias con desenlaces complejos, dotándolos de una frescura juvenil y agregando el toque de video musical en la parte visual que no puede evitar plasmar debido a su trayectoria.

Si vas sin esperar nada de la película y con la idea de ir a ver una historia que te hará pasar el rato, pero que posiblemente no aporte nada a nivel personal, este un trabajo ideal para degustar palomitas y disfrutar una película de drama romántico del montón.

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Pesimista patológico al puro estilo de Woody Allen. Amante del cine, fotografía y arte. Adicto a la televisión y los deportes, en especial el fútbol.