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35 años después llega Blade Runner 2049. Secuela de la película de culto de Ridley Scott.

En esta era de la “secuelitis” cinematográfica, donde las ideas para las grandes producciones parecen extinguirse y las apuestas de las productoras no toman riesgos, hay pocas opciones de películas importantes que marcaron a toda una generación, a las que valdría la pena seguirles la pista de su historia en una secuela. Una de esas opciones sin duda era Blade Runner, que hay que decirlo, Warner y Columbia Pictures tomaron la atinada decisión de producir una secuela y no un remake (que en estos tiempos de pobreza creativa en grandes producciones, se agradece que no “refresquen” más grandes clásicos del cine contemporáneo).

El proyecto quedó a cargo de un dream team cinematográfico conformado por Denis Villeneuve (uno de los directores más interesantes de la actualidad), su editor de cabecera Joe Walker (el héroe anónimo de las películas de Villeneuve), el gran compositor Hans Zimmer (quien le entró al quite como relevo de última hora) y Roger Deakins (el cinefotógrafo más importante e impresionante de los últimos años en Hollywood). A este equipo de ensueño se le sumó Ryan Gosling como el nuevo Blade Runner. ¿Asombroso, no?, con esos momios la apuesta era segura…pero hacía falta ver el cimiento que la sostendría: el guión.

En Blade Runner 2049 todo es espectacular… menos esa columna vertebral que es el guión; la historia es bastante simple (hay que rescatar a alguien y resolver un “misterio”), y aunque el guión de la Blade Runner (1982) también lo era, lo que enriqueció a aquella película de Ridley Scott (aún con sus mil versiones) eran las capas de la novela de Philip K. Dick, en las que las preguntas existencialistas sobre ¿qué es lo que nos hace humanos?.

Blade Runner 2049 parece obviar dichas preguntas y el existencialismo es opacado por el sentimentalismo más común. Y el problema no es que se le apueste a ese aspecto sensible, el inconveniente es la torpeza y superficialidad con la que lo desarrollan, pues las conexiones entre personajes son espontáneas y sus desenlaces parecen cocinarse en olla express en lugar de acrecentar el impacto sentimental (para muestra, la manera tan indiferente del desenlace de Joi, mismo que K nos había contado antes…).

Personajes que aparecen y desaparecen sin mayor explicación ni impacto, diálogos de flojera (“podemos seguir todo el día o tomar un trago“) y una escena de amor a la GHOST (1990) que en lugar de crear un vínculo mayor con sus personajes, deja más indiferente que la actuación de Jared Leto.

Sin embargo, el espíritu de lo que representa Blade Runner da signos de vida en el final de Blade Runner 2049, con una secuencia hermosamente filmada, donde los copos de nieve caen más suaves que las gotas de lluvia y nos dejan una sensación de esperanza (si han visto la primer parte, saben a lo que me refiero).

Uno se puede dejar deslumbrar por el espectáculo visual que es este filme, pero detrás de eso hay un desarrollo de historia que no está a la altura de la majestuosidad de los otros aspectos cinematográficos de esta película.

Como sea, Blade Runner 2049 es una experiencia cinematográfica que vale la pena verse en cine, con mucha paciencia y bastante ojo crítico.

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