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Originario de Baltimore, John Waters creció en Lutherville, un suburbio en el que el desempleo, el racismo y los problemas de la clase baja, fueron su ambiente y posteriormente se volverían su inspiración. 

John era un chico introvertido, un outsider, por lo que su vida social era nula, a excepción de su gran amigo de infancia Glenn Milstead, a quien años más tarde conoceríamos como la fabulosa y musa de Waters, Divine.

A los dieciséis años, John Waters recibió una cámara de cine como regalo de su abuela, por lo que quería aprender cine, pero al entrar en escuelas especializadas, descubrió que ese no era su camino. Mientras todos sus compañeros hablaban sobre el Acorazado de Potemkin, Waters prefería hablar sobre Olga’s House of Shame (película sexploitation de los 60’s).

Waters tomó un camino sin retorno en su carrera de cineasta, encontrando un encanto en el “mal gusto”, o al menos en lo que representaba eso para los cineastas refinados. John Waters no sabía de técnica, pero sabía cómo contar historias provocadoras para el público, con temáticas punzantes para el estatus quo de la clase media y alta.

Divine fue la musa y el alter ego de Waters, un personaje que representaba todo lo incorrecto en el estereotipo de un protagonista en un filme: un hombre vestido de mujer, exageradamente maquillada, obesa, con gustos grotescos, pero siempre con un comportamiento refinado, como de alta sociedad.

John Waters comenzó a forjar un estilo en sus películas, cuyo género era encerrado en el campo (estilo basado en la exageración y en el humor vulgar), pero que encontró en lo kitsch el escenario ideal para que sus historias y personajes habitaran, como una especie de suburbio muy cercano a la alta sociedad, clase que comparte muchas cosas en común con el mundo de Waters.

John Waters entró en el mapa cinematográfico con tres filmes: Pink Flamingos, Female Trouble, y Desperate Living, películas que forman la llamada Trash Trilogy (Trilogía Basura), provocando incomodidad en los espectadores y exhibidores, quienes condenaron a dichos filmes al exilio de las funciones de medianoche, proyecciones poco convencionales y de contenido inmoral (desnudos casi siempre), pensadas para que poca gente las viera, pero que irónicamente se volvieron de culto y resguardaron algunas de las más interesantes películas de la historia del cine.

En su incursión en el cine más comercial, Waters encontró otro tipo de narrativa, sorpresivamente más fluida y divertida (considerando sus primeros filmes), lo cual hacía funcionar su ácido humor de mejor manera en el espectador, combinándolo con elementos más convencionales, como en Polyester, (donde integró al ídolo juvenil Tab Hunter), Hairspray (musical con exquisita sátira social) o Crybaby (con la estrella ascendente, Johnny Depp), filmes con notables mejoras en producción y aspectos cinematográficos, pero con el mismo mensaje crítico a la sociedad y su entretenimiento.

También el arte ha sido criticado mordazmente por Waters, con sus filmes Pecker (sobre el oficio del fotógrafo) y Cecil B. Demented (hilarante comedia sobre el mundo del cine Hollywoodense). “Contemporary art hates you” dijo alguna vez.

A pesar de ser catalogado como un director de mal gusto, la sensibilidad artística de Waters es innegable, y además de sus películas, ha escrito varios libros (excelentes), es fotógrafo y ha dado clases de arte en importantes universidades de los Estados Unidos. ¿Irónico, no?

Pero, ¿por qué el cine de John Waters se considera de culto y no dentro de las peores películas de la historia? ese ha sido el mejor truco de Waters, y lo que mejor remarca su punto: “To me, bad taste is what entertainment is all about. If someone vomits watching one of my films, it’s like getting a standing ovation. But one must remember that there is such a thing as good bad taste and bad bad taste…”. 

¿Es el entretenimiento un reflejo del mal gusto? ¡por supuesto!, pero nos encanta creer que en lo que vemos, tenemos el mejor gusto del mundo.

Larga vida al mal gusto, ¡larga vida a John Waters!

 

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