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Hay veces que el cine se contamina de efectos especiales, otras veces se intoxica de ideas artísticas; pero hay otras contadas ocasiones en que aparecen películas que nos desintoxican de todo eso. Tal es el caso de La La Land.

La La Land es un revulsivo para el cinéfilo olvidado y un estímulo para el que quiere serlo, pero que no ha encontrado por donde encender su amor por el cine.

Decir que esta película es sólo una historia de amor sería ver sólo una parte del cuadro más significativo que resulta la película. Si, La La Land es un homenaje a los musicales de la época dorada de Hollywood, pero también a los sueños (los rotos, los alcanzados y los que olvidamos en el camino) y un espléndido recordatorio de que su precio en ocasiones suele ser muy alto. Es una película sobre el cine y para el cine, donde la nostalgia no es idealizada, pero si se celebra. Un filme para el espectador y el cineasta, para los soñadores y los que han dejado de serlo.

Damien Chazelle demostró con Whiplash que es un cineasta virtuoso, ahora con La La Land lo confirma. El concepto que arma Chazelle es una combinación perfecta de fondo y forma; visualmente impecable, con trucos de la vieja escuela (la pantalla verde se usó en muy pocas secuencias), la cámara que abandona el piso para flotar sobre los personajes de manera surrealista, el juego de luces perfectamente coordinadas para dar la impresión de que el mundo se detiene para los protagonistas, las coreografías de actores y cámaras para bailar al mismo ritmo; una sinfonía orquestada a la perfección.

El musical en el cine es uno de los géneros que mejor aprovechan el espectáculo y la majestuosidad que brinda el cine como entretenimiento, pero también es un género que ha sido aislado de las pantallas, en gran parte, porque no se ha sabido renovar. En un diálogo entre personajes, Keith (John Legend) reclama a Sebastian (Ryan Gosling) su estancamiento en el Jazz de antes y su negativa por la música contemporánea: “por personas como tú es que el jazz está muerto, sigues tocando para personas de 90 años, pero ¿qué hay de los jóvenes?”, un diálogo que engloba la intención de Chazelle y el papel de La La Land en la cinematografía moderna.

Los número musicales en este género, suelen utilizarse como pausas en la historia, aspecto que a muchos detractores del género suele causarles conflicto, Chazelle utiliza los momentos musicales como paréntesis surrealistas en la trama que cuentan sentimientos que no podemos ver y exhibe al amor idealizado, confrontándolo con lo real.

Es bonito cuando llega una película como La La Land y te hace recordar por qué te enamoraste del cine, más allá de las películas, de la experiencia que te hizo sentir por primera vez una sala de cine. Los Ángeles, la ciudad de las estrellas, de los sueños rotos y de las eternas esperanzas, tiene ya el mejor homenaje que se le pudo haber hecho.

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