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Cuando llegué al albergue Hermanos en el Camino en Oaxaca con la Segunda Caravana emprendida por el Movimiento por la Paz en 2012, llegó la historia de un chico salvadoreño de 15 años que iba para Estados Unidos a reunirse con su hermano.

Su historia se tejía entre su novia y la necesidad de salir del país para no verse obligado a continuar con la Mara Salvatrucha. Por aquellos años el tema de los Mara fue de interés para algunos cineastas, muestra de ello el documental La vida Loca de Christian Poveda (2010) y la película Sin nombre de Cary Joji Fukunaga (2009), ambos tratan la vida y códigos de esta comunidad que se caracteriza por sus cuerpos tatuados, violencia, drogas, robos y los vínculos filiales extremos que constituyen —sustituyen— el carácter de un nuevo tipo de familia.

Los Maras son grupos de inmigrantes salvadoreños que huyeron a E.U. por la guerra civil que tuvo lugar entre 1980-1992. Nace en los barrios de Los Ángeles y se refuerza en Centroamérica por los inmigrantes deportados y los refugiados. Los Maras se dividen por confrontación entre La Mara Salvatrucha y los Maras 18. (La vida Loca, Christian Poveda, 2009).

Las películas nos dan los elementos para imaginar el cotidiano de estos adolescentes, mujeres, niños y hombres salvadoreños y hondureños. Tener un punto de vista al respeto resulta complejo ya que ambos trabajos cinematográficos nos entregan dos historias donde las acciones y hechos no están en la valoración moral del bien y el mal, más allá de ello la condición central es la sobrevivencia.

Tal cual relata el Soundtrack de La vida loca interpretado por Tres Coronas —un grupo de rap integrado por los colombianos P. N.O, Rocca y el dominicano Reychestra: Por las calles muy despacio pasa un carro, es policía/ Las pandillas de mi barrio van corriendo en las esquinas/ Conviviendo con la muerte sin saber cuando te toca/ Basta cuando por tu historia viviendo la vida loca canta.

La sensación que tengo más vívida es que en la medida que escuchaba la historia de este adolescente y caminábamos por las calles —siempre con su acompañante al lado, un hombre como de treinta y pico de años que cuidaba de él— entendí que pese a compartir el espacio nuestro código de peligro y miedo no era el mismo.

Esa condición, sensación y afecto lo cambia todo porque no existe pena o conmiseración sino miedo. La sensación primaria del miedo te impulsa a caminar y gritar por las calles para hablar desde el deseo de otra vida posible, eso fue lo que generó fugazmente la empatía. Si no mal lo recuerdo, en Veracruz varios migrantes siguieron hacia el norte. No hubo un adiós sólo se fue así. (Sin nombre)

Que a propósito del film de Fukunaga el sentido de no tener nombre es estar fuera de la existencia normativa, sin casa, sin familia que responda a la estructura moral de la sociedad.

Sin nombre es la condición de ilegalidad de la familia de los Mara que se representa como un monstruo de múltiples brazos, piernas y cabezas que se expande más allá de toda frontera porque la orfandad es la savia que alimenta el amor de los “hijos de la violencia”.

Tapachula, Chiapas es el territorio donde los pobladores viven entre el puente y el río de la frontera con Guatemala, es el camino que atraviesan los inmigrantes centroamericanos expuestos al asalto de la “migra” y los miembros de la Mara. Ahí se gesta el vínculo de la lealtad más allá de los parámetros de lo bueno-bello o de lo malo-feo. Porque es la inminencia, la proximidad del peligro latente la que teje la historia. Rituales de pertenencia donde golpeas hasta que la voz de mando deje de contar.

Casi cinco años después de la experiencia con la Caravana y del estreno de estas películas, la realidad supera toda representación y subjetividad audiovisual. En un contexto donde Trump tomó la presidencia de E.U. y el descontento y la manifestación ciudadana supera el desencanto pero el miedo todavía no da cabida a la organización, creo en la importancia de darnos un momento y pensar en los paralelos que nuestra historia tiene con El Salvador y Honduras.

Lo que podría significar el asesinato de Christian Poveda después de filmar su documental: Efectos de la frontera, inmigración, deportación, transformación del país de origen antes y después de cruzar la frontera, ilegalidad y legalidad, vínculos filiales, afectividad y convivencia desde la experiencia del peligro y la muerte, pánico y riego, políticas del miedo y prejuicios.

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