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Al grito de Somos Sur “Todos los callados, todos los oprimidos, todos los invisibles, todos, todos, todos…mil veces venceremos…” Ana Tijoux cerró el concierto de este sábado en el Teatro Esperanza Iris.

Con un vestido estampado floral, una chamarra bomber negra y tenis plata brillantes, Ana cantaba, se meneaba y alzaba brevemente el vestido dejando ver sus piernas morenas de mujer, madre, rapera y activista social.

La Tijoux en escena es esa presencia sexualidazada del cuerpo que caracteriza el rap, pero más que convertirse en objeto de deseo participa de un espacio colectivo de sensualidad que involucra los cuerpos y voces de los músicos que la acompañan. Durante dos horas gozamos de eso que ella llama “rap orgánico” o la ejecución de instrumentos en vivo. Así trompetas, saxofón, teclados, batería, bajo y guitarra se encargaron de darle un toque de jazz al particular estilo del rap-latino de Ana, que dicho sea de paso, se vuelve cada vez más ecléctico y experimenta más espacios de exploración de ritmos y sonidos de los instrumentos que la acompañan; como el excelente solo de trompeta que dio lugar a que la rapera nos pidiera escucharlo, atentos.

Nada más revolucionario que el amor” dice Ana Tijoux para introducirnos al “rap cebolla” —como lo llama en el concierto que dio en Barcelona en el marco del Aniversario de la Cooperativa La Directa (30 de abril, 2016)— sus canciones de amor y desamor que hacen llorar porque “… yo me voy lejos de ti donde no pueda ya sufrir, gracias por todo. Aprendí que debo yo vivir sin ti …Yo te amaba con desgarro…” Sin dejar atrás este tipo de interpretación que, de una u otra forma, amplía el campo temático de la música de protesta que caracteriza a Ana Tijuox, sus canciones más potentes y conmovedoras fueron Sacar la voz, que dedicó a las madres y al Equipo Mexicano de Antropología Forense que se dedica a buscar y reconocer los cuerpos de las desapariciones forzadas en nuestro país. “Tengo los bolsillos vacíos, los labios partidos. La piel con escama, Tomar las riendas, no rendirse al opresor…respirar y sacar la voz…” Con el cover de Víctor Jara, Luchín, Ana nos recuerda el intrínseco fascismo de las guerras sobre los cuerpos, particularmente “Si hay niños como Luchin/ que comen tierra y gusanos/ abramos todas las jaulas/ pa’ que vuelen como pajaros …

Y mientras muchos no saben que hacer con la contradicción sobre la muerte de Fidel Castro —¿un héroe revolucionario o la revolución fallida del pueblo cubano?—, Tijoux no duda en darle una despedida digna al símbolo latinoamericano de la memoria revolucionaria con Calaveritas, porque que pese a todo “Todos llevamos dentro/un muerto que acompaña/ que aparece cuando la noche llega y el sol/ Salud y vida por nuestros muertos…

La lírica de Tijoux transita por diversos escenarios cotidianos como el amor, la infancia, la mujer, la historia política y social de Chile y el mundo, tal cual las arpilleras de Violeta Parra, —lienzos bordados que cuentan historias— cada canción de Ana Tijoux es relato, es memoria que borda capas y capas del tiempo de la música, de las injusticias, de la historia no oficial, de eso que llamamos Sur.

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